El título de este artículo esta sacado de la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino. Es una frase latina cuya fácil traducción es “todo malo es ignorante”. Según esta idea defendida por este gran filósofo no sólo no hay incompatibilidad alguna para que en una misma persona pueda coincidir su moralidad negativa (maldad) con su conocimiento negativo (ignorar) sino que todavía más, siempre va a ir unida la condición de malo de un individuo con su condición de ignorante.

Hay quién, hablando de la corrupción, y calificando yo de ignorantes al general de los españoles, que no hacen nada para castigar con su voto a partidos que no hacen nada efectivo para acabar con la corrupción de sus políticos (en España todos los que tienen representación parlamentaria) me lo ha rebatido con pasión, pensando que por que yo califique de ignorantes a los españoles, les estoy atenuando la gravedad moral de su actuar. Para mí, siguiendo al santo filósofo citado, son a la vez malos e ignorantes. Es más desde la Revelación, tenemos en ese mismo sentido las palabras de Cristo, que dice que Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Seguir su mismo Camino, es seguir su conducta, su moralidad, y seguirle a Él, es el verdadero Saber, llegar al más alto conocimiento, en definitiva, llegar a la Verdad.

El diccionario de la RAE define la ignorancia como un no saber, concordante con su origen en el latín, la palabra ignorare, "no saber", derivado negativo de la raíz gnos;- de (g)noscere ("saber").

Pero el saber es una exigencia moral, y por tanto el que no busca la Verdad, es moralmente culpable. Así lo reconoce nuestro código civil en su artículo 6, cuando en su punto 1, dice textualmente, La ignorancia de las leyes no excusa de su cumplimiento.

En realidad, con el ignorar de que hablamos, no estamos refiriéndonos a la falta de conocimientos científicos, técnicos o artísticos, sino a la falta de un conocimiento moral que nos es exigible, o sea, del conocimiento ético que nos es exigible para la consecución de nuestro bien, el bien de las personas que nos rodean y el bien de la sociedad en que vivimos. Nadie, salvo un profesor de Química, un químico de laboratorio, u otra persona que por su trabajo social lo precise, puede ser culpable moralmente de desconocer los rudimentos de la Química, por ejemplo, la Tabla periódica de los elementos. Yo, que no me dedico a la Música, no puedo ser culpable moralmente, por más desafinado que sea mi canto bajo la ducha. Tampoco seré culpable moralmente, si no sé arreglar una avería cuando se me estropee el coche. El mal es un “no saber moral”. Pero, ¿es que un delincuente, por ejemplo, un ladrón, no sabe que cuando roba está quebrantando un deber legal de respeto a la propiedad ajena? Sí que lo sabe, pero es ignorante de las consecuencias de su acción cuando se auto engaña, pensando que el robar le va a arreglar la vida, pues sus latrocinios no van a ser descubiertos por la policía. Desecha y prefiere ignorar las consecuencias más probables de su acción que a la larga le van a destruir la posibilidad de conseguir una vida decente. Y por más que haya ladrones que planifiquen científicamente sus atracos, sopesen sus riesgos y adopten las medidas más inteligentes para que no les descubran, no dejan de ser unos pobres ignorantes. ¿No fueron ignorantes Adán y Eva cuando se dejaron engañar por la serpiente, cuando ésta les prometió el famoso “seréis dioses”? Por más picardía y maldad que les podamos reconocer, lo que para mí más destaca es que fueron unos tremendos ignorantes, creyendo que podían esconder su falta a los ojos de Dios.

Es más, la más básica lucha moral que el hombre de hoy vive es en el terreno del conocimiento, o sea en el terreno de la verdad. Por eso hoy sigue existiendo el recurso a la mentira, al engaño y al fraude. Hoy se defiende que un feto es una parte del cuerpo de la madre, que los terroristas son luchadores idealistas que merecen nuestros respetos, etc., y otras patrañas por el estilo. Grandes lobbies de presión, feministas, homosexualistas, progresistas desnortados, están intentando cambiar las conciencias de la sociedad desde la escuela. No quieren seguridades de conocimiento, ni siquiera que un niño esté seguro del sexo que tiene. Precisan que la gente viva en el desconcierto, que no tenga nada claro sobre lo que es verdad. Aún más, como ya se han hecho dueños de la vida humana (regulación humana de la procreación y de la muerte) se creen dioses. Y esa es la mayor mentira: decir que no hay Dios. Dostoyevsky ya lo vislumbró cuando hizo decir a uno de los personajes de una de sus novelas aquello de si Dios no existe todo me está permitido. Al final, seguimos en el mismo afán de Nuestros Primeros Padres de querer llegar a ser dioses, lo que nos deparará seguir en el camino de autodestrucción que ellos iniciaron. La astuta serpiente sigue atacando…

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