La Virgen del Tránsito o Virgen de la Cama que preside el retablo desde su camarín es del mismo tipo que la existente en el convento zamorano del Corpus Christi, obra fechada en 1618-19. La imagen de Escalante llega al convento en 1638, siendo enviada por la Condesa de Lemos junto con varias reliquias.

La corona fue regalo por suscripción popular con motivo del primer centenario de la fiesta de La Virgen de la Cama (1955). Según Carlos Xavier de Baranda '29' "la imagen fue encargada a un escultor de Valladolid, donde la superiora Sor Juana había tomado el hábito y donde residían sus padres don Luis de Morillas y doña Margarita Flórez, personas nobles, pudientes y bien relacionadas, quienes interpusieron todo su valimento para conseguir una verdadera joya artística.

Desconocemos el nombre del escultor, pero nos consta que talló dieciséis años más tarde otra muy semejante, aunque bastante inferior, venerada hoy en Zamora; las únicas, que sepamos, junto con otra que posee el convento de las Comendadoras de Santiago, expuestas a la veneración de los fieles en esta forma. Aseguran los críticos que las tres salieron de las manos del mismo artista y que éste era, indudablemente, discípulo de Montañés" (cosa que parece poco acertada).

La imagen fue colocada en el coro alto en 1638. Ante la retirada francesa en 1639 cuando se temía el asalto a Escalante, la comunidad accedió a la petición de situar la imagen en el presbiterio los días 15 a 24 de agosto, pues el suceso se había atribuido a milagro de la virgen. En 1789 (26 de julio) la imagen fue trasladada al camarín situado en el retablo mayor. En 1855 se extendió una epidemia de cólera morbo (30 muertos) y se atribuye a la imagen en procesión el fin de la epidemia. Examinada de cerca, la imagen muestra una calidad escultórica muy alta, de extraordinaria finura.


El rostro presenta la encarnación original, finamente aplicada. Presenta la boca ligeramente entreabierta, los ojos elevados en actitud anhelante, y el peinado a la romana, hacia atrás, con guedejas cayendo por delante de las orejas, que quedan totalmente a la vista. Cubre la cabeza con una toca corta labrada y policromada. Las manos están finamente labradas y los brazos están articulados permitiendo su movimiento, aunque al parecer la imagen está íntegramente labrada. El rostro indica claramente que es una obra vallisoletana de los años 30 del siglo XVII y encaja bien en el estilo final de Gregorio Fernández, aunque lo más probable es que se trate de la obra de alguno de sus contemporáneos.