Francisco Javier de Arriaza y Sepúlveda, (1754-1761)

Nació en Madrid, de una noble y piadosa familia. Su padre, don Francisco, era ministro de Fomento y consejero en el Consejo y Cámara de Castilla, y en su madurez, ya viudo, se ordenó sacerdote.

Obtuvo la licenciatura en Derecho Canónico en la Universidad de Alcalá, en 1731. Canónigo de Málaga en 1732, allí recibió el nombramiento de Abad de la Colegiata de los Santos Mártires de Santander, tomando posesión del mismo el 19-X-1735. Celoso defensor de los fueros de la abadía, se distinguió en la obra de recopilación de y transcripción de los muchos e importantes documentos en que constaban los privilegios con que el Patronato de los Reyes españoles la distinguió en diversas épocas.

Trabajó mucho para conseguir la erección de la diócesis santanderina; muchos disgustos con Burgos y muchos gastos, pero a una con el canónigo magistral don Juan Jove y Muñiz, don Miguel de la Gándara, de Liendo, agente general de Preces en Roma, y la nunca ponderada intervención del padre Rábago, S.J., consiguió de Benedicto XIV la bula Romanus Pontifex, de 12-XII-1754, creando la diócesis de Santander. Clarísimo de inteligencia, de eximia piedad y gran humildad, había renunciado a varias mitras propuestas con anterioridad, pero con gran contento del pueblo montañés aceptó la promoción a este episcopado el 21-IX-1755. Así con 47 años se constituía en el primer obispo de la Montaña.

Con denuedo, se esforzó en el deslinde de la diócesis, labor ímproba, pero de absoluta necesidad en aquel entonces.

Visitó la diócesis entera comenzando el 10-V-1757 por su Catedral. Los canónigos fueron a recogerle al Palacio Episcopal de la calle Rualasal. Culminó la visita pastoral de toda su jurisdicción con un libro de 176 folios titulado Mandatos y providencias de la visita, que se quemó, en el incendio de 1941, en el archivo del Obispado.

Joven aún, cuando todo se esperaba de su espíritu emprendedor y de su ardiente celo apostólico, moría el 18 de noviembre de 1761, a los 53 años de edad. Está inhumado en la Santa Iglesia Catedral.

(Fuente: Francisco Odriozola Argos, de la Gran Enciclopedia de Cantabria)