Esta persecución no fue blanda por más que Antonio Montero diga que en Cantabria no existió aquel odio "avieso" a todo lo sagrado que se respiraba en otros lugares de España. Comparándola con la sufrida en las otras 61 diócesis de España, la de Santander ocupó el nº 23 por lo que respecta al nº absoluto de sacerdotes muertos y el 22 en cuanto al de almas por sacerdote. De 505 sacerdotes diocesanos fueron asesinados 58.

Sin embargo, la mayoría de los cántabros protegió a sus sacerdotes. Las detenciones y los asesinatos las decretó un puñado de cabezas "revolucionarias", entre las que destacó el Comisario de Policía Manuel Neila. El mes más denso en muertes fue diciembre de 1936. El día 27, después del bombardeo de los nacionales que produjo muerte de inocentes entre la población de Santander, sirvió de excusa a la reacción airada de las masas izquierdistas, no reprimidas por el poder republicano de la ciudad, para ejecutar gran número de los prisioneros presos en el barco-prisión "Alfonso Pérez". También en el Faro de Cabo Mayor se arrojaron a más de 100 personas. No todas ellas fueron por motivos religiosos, pero que sí lo fueron en algunos casos de órdenes religiosas.

El promedio de sacerdotes asesinados por arciprestazgo fue de 3 a 4. El de Muslera superó ese promedio (asesinados 7 sacerdotes de un total de 16). Siguieron en cantidad los de Santander, Camargo, San Vicente de la Barquera, Comillas, Santillana, Cudeyo, Siete Villas y Castro Urdiales. Además de curas diocesanos hubo asesinatos de extra-diocesanos y seminaristas de Comillas. Vea aquí algunos testimonios.

En los arciprestazgos de Ampuero, Cabuérniga, Cinco Villas, Piélagos y Ribamontán no hubo asesinatos de sacerdotes pero sí de seglares. El número de éstos fue de 492 según publicación oficial del Obispado especificados por cada pueblo. La Acción Católica cántabra perdió 20 consiliarios y 240 militantes, entre estos mártires destacan: Francisco Sánchez Trayero, Ángel Villanueva, Fernando Escudero, José Mª Soler, José Gutiérrez y Joaquín Suárez.

Por último, el obispo Eguino y Trecu, que había sido encarcelado, fue rescatado por el gobierno vasco y su destierro al Sur de Francia (Betharran) probablemente le libró de males mayores.