Por su interés, lucidez y calidad expositiva, vengo a resumir un artículo de Pedro Abello, publicado en INFOVATICANA el 26 octubre de 2019, sobre el Nuevo Orden Mundial. El autor indica que en esencia nos encontramos ante “el nuevo comunismo”

Este "nuevo comunismo" tiene su origen en las ideas sobre la hegemonía de Gramsci, quien se dio cuenta de que el modelo cultural occidental era demasiado fuerte para que el comunismo pudiera romperlo por la violencia, y que sólo podría establecerse destruyendo la moral cristiana y corrompiendo previamente la cultura occidental, herencia de Grecia, Jerusalén y Roma.Esa visión fue desarrollada y popularizada por la Escuela de Frankfurt que la introdujo en las universidades y en los medios de comunicación, convirtiéndolas progresivamente en hegemónicas a partir de los años 60.

Las élites que ostentan el poder mundial, según Abelló, aspiran a un poder, si es posible, ilimitado y que no deje lugar a la más mínima contestación, o sea, al totalitarismo consumado, y ya que esto se lo garantiza este nuevo comunismo, pues han acabado por adoptarlo gustosamente. Él les ofrece un control prácticamente total sobre la población porque su finalidad es precisamente anular la voluntad de las personas y convertirlas en sujetos sumisos al poder, de modo que podría decirse que el Nuevo Orden Mundial es la alianza entre el nuevo comunismo y el post-capitalismo o el capitalismo financiero.

A partir de aquí Abello, señala los medios que emplea este comunismo o marxismo de nuevo cuño para servir al fin de un nuevo Orden Mundial:

  • a) Destrucción de la moral cristiana inoculando en la sociedad unos principios contrarios a los que ella defiende. En esta línea se han empleado las revoluciones culturales, incluso las llevadas a cabo en plazos muy dilatados, como, la revolución sexual que se inició en la década de los 60 del siglo pasado. La importancia de esta revolución la concreta Abello “en que ha cambiado radicalmente la forma en que el occidental moderno aborda la sexualidad. La generalización de los métodos contraceptivos, que posibilitan el sexo libre y sin compromisos, la pornografía, el feminismo radical y, más recientemente, la ideología transgénero, que pretende anular la naturaleza masculina o femenina de las personas y convertirla en opcional, el rechazo a la heterosexualidad como norma, la generalización de las uniones homosexuales, la promoción del aborto, etc., todo ello ha creado un modelo cultural radicalmente antagónico con el modelo que ha definido hasta hace poco tiempo nuestra sociedad”. Actores fundamentales que han favorecido esta situación han sido los medios de comunicación promoviendo de todas las formas posibles los nuevos modelos de comportamiento contraculturales. Por desgracia, tampoco, la Iglesia católica, con una crisis que se remonta a la conclusión del Concilio Vaticano II, ha sido instrumento eficaz para oponerse a tantos valores minadores de su moral. Abelló habla de «la infiltración en la propia Iglesia desde los años 50 del siglo pasado de elementos “liberales” partidarios de la adaptación de la Iglesia a la cultura del “mundo”, elementos que hoy ocupan posiciones clave en su jerarquía.» El objetivo marxista está para él casi logrado, pues como dice, estamos hoy ante una sociedad prácticamente atea.
  • b) El empleo del miedo. Una sociedad atemorizada es una sociedad fácilmente controlable, que se pondrá sin dudarlo en manos de quien le ofrezca terminar con la causa de su temor. Crear falsas amenazas y ofrecer las correspondientes falsas soluciones es un viejo método de control social que todavía funciona de maravilla. El poder ha jugado y juega constantemente con el miedo como elemento de control: miedo a los atentados terroristas, miedo a las epidemias y, más recientemente, miedo al calentamiento global, el alarmismo climático.
  • c) La destrucción de las identidades culturales, nacionales y religiosas. El hombre que tiene raíces y se aferra a ellas es difícilmente manipulable, valora su identidad y los elementos que la constituyen, y valora su libertad. La destrucción de esas raíces es fundamental para convertir al hombre en un sujeto manipulable y sumiso. La identidad religiosa, como hemos visto, ha sido ya destruida en una gran parte de la población occidental. La identidad nacional es cada vez más borrosa con la promoción de las entidades supranacionales, que centralizan en medida creciente el poder en detrimento de la capacidad de los estados nacionales, cuyas competencias son cada vez más reducidas. El europeo depende cada vez más de instancias que escapan casi totalmente a su control, y los medios le convencen de que las naciones no tienen ya sentido en un mundo global. Pero el elemento clave en esta destrucción de las identidades es la mezcla cultural, la transformación de la sociedad en un batiburrillo de razas y culturas, en gran medida incompatibles entre sí, que borre progresivamente los límites de cada una de ellas hasta lograr una población “multicultural”, es decir, sin cultura definida alguna. Y para ello donde el marxismo llega al poder promueve la inmigración ilegal masiva sin control alguno, manipulando sin escrúpulos los sentimientos y la solidaridad natural de las personas. El principal derecho de las personas es el de permanecer en su lugar de origen y tener allí las oportunidades necesarias para vivir dignamente, no el de emigrar a países extraños. Si todo el dinero que los poderes emplean en crear conflictos que vacían los países lo empleasen en crear estructuras económicas y culturales viables en esos países, las personas no tendrían necesidad de emigrar. Occidente está vaciando África, la está privando de sus jóvenes y, por tanto, de su futuro, en vez de contribuir a crear las condiciones para que esa juventud tenga allí un futuro.

La conclusión del autor que glosamos es que lo que Nuevo Orden Mundial busca es un mundo sumiso y manipulable. La democracia es una apariencia engañosa de la realidad. Una población consciente de su libertad y dispuesta a utilizarla es el principal obstáculo que se opone a ese Nuevo Orden Mundial descaradamente totalitario y enfangado con el comunismo. La libertad no ha estado nunca más amenazada que en nuestro tiempo, y probablemente lo estará cada vez más. Una parte creciente de la población está renunciando ya a ella cada día. Sobre el futuro se ciernen nubes muy oscuras, pero sigue habiendo mucha gente que no se resigna, y, en definitiva, nunca han sido las mayorías las que han encontrado la salida a las crisis. Siempre son las minorías resueltas las que hacen que el mundo avance; siempre es el “pequeño resto” que sigue creyendo en la dignidad absoluta de la persona humana, que sigue creyendo y confiando en Dios, el que puede encontrar y mantener su libertad incluso en las condiciones más críticas, poniendo su confianza en Aquél que nunca ha dejado de ser el Dueño de la Historia

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