Las operaciones de bandera falsa son operaciones encubiertas llevadas a cabo por gobiernos, corporaciones y otras organizaciones, diseñadas para aparecer como si fueran llevadas a cabo por otras entidades.

En España el 11-M sirvió para que la oposición enarbolara la bandera falsa de un ataque del terrorismo islámico como represalia a haber apoyado el gobierno de Aznar a los EEUU en la guerra de Iraq. Sólo un presunto islamista permanece aún en nuestras cárceles, declarado culpable por cuestionables testimonios con indicios claros de falsedad interesada. Sorpresivamente todos los demás presuntos culpables se suicidaron explosionando el edificio en que ellos mismos se hallaban recluidos, eso sí, después de esperar el desalojo del edificio de todos los infieles que en él estaban, propiciando caritativamente que resultaran ilesos, seguramente como un último gesto generoso de los terroristas. Ocurrido todo en pleno periodo electoral dos días antes de la votación, fue manipulado y aprovechado convenientemente por el PSOE y su potentes medios de comunicación para conseguir ganar unas elecciones que todas las encuestas le daban por perdidas.

En los últimos días, doce paquetes bomba han sido recibidos por figuras de la izquierda norteamericana, como Barack Obama, los Clinton, el ex-director de la CIA John Brennan, los senadores demócratas Maxine Waters, Cory Bookerel, el ex fiscal general Eric Holder y el ex director nacional de Inteligencia, James Clapper. Hasta ahora ninguno de los paquetes ha llegado a explotar, aunque sí han provocado que se elevara el nivel de alerta de las fuerzas de seguridad, que temen nuevos paquetes en los próximos días. Por si fuera poco, poco después se ha producido la matanza de once personas en una sinagoga de Pittsburgh (Pensilvania).

Tanto estos atentados criminales como la matanza mencionada ocurren en la cercanía de los comicios de medio mandato, a celebrar el próximo 6 de noviembre, en los que se elegirá a un tercio de la Cámara de Representantes y a la totalidad del Senado, cuando, además existe un contexto de máxima preocupación dentro del Partido Demócrata por los excelentes datos sobre la economía estadounidense y el afianzamiento del liderazgo de Trump.

A diferencia del hermetismo policial que se emplea sobre los autores de ataques terroristas, sobre todo si son islámicos, las autoridades policiales han dado a conocer con la mayor premura los detalles que interesan acerca de los presuntos autores de estos atentados. Y digo los que interesan, porque obviando su más que probable enajenación mental o padecimientos psíquicos, sólo destacan de ellos que son hombres blancos, neo-nazis y seguidores radicales de Trump. Con ello parecen querer mostrar que la causa principal del obrar de estos delincuentes no es su posible locura o trastorno mental sino que todos sean favorables políticamente a Trump. No niego que esa condición de los presuntos responsables unida a que los destinatarios de sus atentados sean miembros del Partido Demócrata o personas contrarias al presidente estadounidense puede constituir indicio razonable para pensar que en su obrar pesara algo su opción política individual, pero en ningún caso puede justificar que ciertos medios de comunicación, sabiendo que la mayoría de los estadounidenses que han votado o apoyado a Trump no son así, conviertan a estos delincuentes individuales en el prototipo genérico del votante o partidario de Trump. De aquí poco faltará, para que esos mismos medios anti Trump sugieran sibilinamente, de un modo más o menos directo o indirecto, que Trump es el inductor de estos hechos o ha tenido una influencia decisiva en que se hayan producido. Voluntariamente quieren ignorar lo obvio: que Trump no tiene ningún interés en que se produzcan porque no sólo no le benefician sino que, al poder convertirse en munición para la oposición demócrata, le perjudican. Ya sabemos de qué modo, de hechos como estos, debidamente manipulados, se ha servido tradicionalmente el partido demócrata para atacar al partido opuesto.

El principio cui prodest, (en español, ¿a quién beneficia?), en este caso, más que para descubrir a los responsables de estos crímenes, que la labor policial acabará por hacer, nos ha de servir para descartar en ellos toda responsabilidad por parte del actual presidente estadounidense.

Evidentemente, tampoco, en principio, tendrá responsabilidad alguna en ellos el partido demócrata, cuando además eran de sus filas algunas de las personas contra las que se atentó; sin embargo, sí puede ser responsable del aprovechamiento mediático de estos hechos con fines políticos partidarios. En ese caso, el cui prodest de los hechos acaba a posteri por beneficiarle. Lo cual, por supuesto no es sólo es poco ejemplar sino más bien bastante carroñero: servirse para sus fines políticos de las desgracias y crímenes que se cometen en la sociedad.

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