Los primeros testimonios prehistóricos de la cultura humana muestran al hombre como un ser que respetaba a los muertos. Perseguir o consentir sin protesta la inhumación de los restos de un muerto sin motivo justo que lo exija coloca a los humanos actuales que lo hacen en una cultura muy inferior a la de aquellos hombres de la prehistoria. Me imagino que comportamiento tan inhumano ha de obedecer a diversas taras personales, en unos casos, ignorancia, poca cultura, irresponsabilidad y estupidez; en otros, cobardía y falta de agradecimiento; y, finalmente en otros, maldad extrema bajo las formas peores de fanatismo, el odio, la miseria moral y la mentira. Desconsideración y falta de respeto en cualquier caso. Taras que en algunos casos se reúnen en una misma persona, como me ha parecido apreciar entre algunos políticos y vividores, y en general entre todos aquellos cuyo irrefrenable deseo de medrar en política o triunfar en la vida, no les detiene en consideración moral alguna.

Como yo no creo poseer, por lo menos en un grado lo suficientemente apreciable, los graves vicios que arriba he especificado, es por lo que me permito testimoniar expresamente, mi disconformidad con las medidas legislativas (con evidente abuso legislativo del Decreto-Ley) que el gobierno de España, en manos de socialistas, está tomando para exhumar los restos de Franco del Valle de los Caídos.

Quizá la ignorancia ciegue a nuestro Presidente del Gobierno. ¡Es tan joven! Él no vivió bajo la Dictadura franquista, yo sí, aunque fuera en sus últimos veintitantos años, cuando ya se la llamaba “Dicta-blanda”. Quizá ignore que aquella Dictadura tuvo causa no en la voluntad arbitraria del Dictador sino en una guerra civil entre españoles fruto del crecimiento del odio entre los mismos que la 2ª República no sólo no supo atajar sino que hizo acrecentar con sus políticas sectarias y totalitarias. La República se inició no sólo con la alegría encomiable de muchos sino con el odio fanático de otros, quemando iglesias y conventos. Y esta última y antisocial tendencia no fue parada por el gobierno republicano, sobre todo en los periodos que la izquierda estuvo en el poder, sino tolerada y fomentada. El enfrentamiento izquierda versus derecha, no lo creó Franco sino que lo alimentó la República, lo que la convirtió en un sistema político que ineludiblemente debía conducir al fracaso y a la Guerra.

No creo, con todo, que nuestro presidente, del que estoy convencido hizo fraude en su doctorado, lo ignore todo. Por poco que haya sido, algo de conocimiento le habrán dado sus estudios universitarios. Pero quizá pueda ocurrir con él que sea un político fiel y se haya adherido fanáticamente a la historia tendenciosa que su partido ha elaborado para blanquear su oscuro pasado histórico. Ignorará por ello que desde el año 34 los pacíficos socialistas, tras el triunfo electoral de la derecha, ya estaban en guerra contra la República, y Largo Caballero ese año lo proclamaba abiertamente: “Estamos en plena guerra civil. No nos ceguemos. Lo que pasa es que esta guerra no ha tomado aún los caracteres cruentos que, por fortuna o desgracia, tendrá inexorablemente que tomar.” La solución pasaba por implantar la dictadura del proletariado mediante la Guerra Civil, el camino que llevaba a los españoles “al desastre, a la ruina”, como denunció y sentenció acertadamente el socialista Julián Besteiro en diciembre de 1933. Y es que cuando la Historia se sustituye por la Memoria pueden surgir fácilmente desmemorias. Estas páginas de la historia del partido probablemente han quedado voluntariamente en la desmemoria. Lo que puede ser muy peligroso, pues parafraseando la célebre frase de los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla, le diría a nuestro presidente que el partido que desconoce los errores de su pasado histórico está condenado a repetirlos. Tal parece, para desgracia de todos nosotros, que pueda a ocurrir con nuestro presidente, que pueda convertirse en un trasunto del belicista Largo Caballero.

No niego, por otra parte, que probablemente para acabar con los fanatismos fratricidas que habían dado lugar a una guerra civil, Franco tomó medidas represivas contra la población que había perdido la guerra. La lógica también nos dice que los Tribunales de posguerra instituidos en aquel Estado dictatorial, para juzgar los crímenes de guerra de los vencidos debieron ser poco o nada imparciales. No era Franco sólo el que juzgaba, eran los españoles del bando vencedor los que juzgaban a los españoles del bando vencido. Odios entre familias, vecinos y ciudadanos se ventilaban, tras una sangrienta guerra que los había enfrentado. Con todo, la conmutación de penas de muerte por parte del Dictador tuvo también cabida. Yo, que no viví ni la guerra ni la posguerra, sí llegué a conocer a una vecina mía, a la que Franco le había perdonado dos penas de muerte. Por eso, hablar de Franco como un genocida es una ignorante necedad o una supina mentira, o un odio eterno mal disimulado. Y que lo digan los que ignoran el genocidio de sacerdotes, frailes y monjas que practicó la izquierda durante la guerra civil.

Entre los vicios aludidos al inicio, quiero extenderme en el de cobardía, apreciable en las más variadas formas, incluso entre personas de la derecha. ¡Qué cobarde ese político de derecha que no se atreve a criticar la profanación de una tumba de un ser humano, aunque se llame Franco, por temor a que le llamen fascista! ¡Qué cobardes los que de haber vivido en la época del Dictador le hubieran rendido honores y ahora se atreven con sus restos mortales! ¡Es tan fácil atreverse con Franco muerto! La corriente dominante, lo políticamente correcto es execrar la memoria de este difunto, y ¡qué fácil y cobarde es hacerlo ahora! Y qué difícil y valiente es decir hoy que todo ser humano, incluido Franco, debe ser respetado hasta en su tumba.

No obstante, esta izquierda que, haciendo el relato antihistórico llamado Memoria histórica, una visión totalitaria de la historia que arrumbando a los historiadores, se ha impuesto con rango de Ley, está contribuyendo, involuntariamente a realzar la figura del Dictador, pues le ha dado el privilegio, del que carecen otros difuntos, de no caer en el olvido. En cierto modo le han resucitado para que los ciudadanos no descubran no sólo que no tienen ninguna idea buena de gobierno en la cabeza sino que las que tienen son funestas para los españoles. Pero Franco demuestra a todos los españoles, todo lo contrario, que este gobierno es una ruina tan grande, que para disimular sus carencias necesitan traerle a la actualidad. En el fondo, Franco puede pasar a la leyenda, como Rodrigo Díaz de Vivar, por ganar también batallas después de muerto.

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