Cristo nos reveló que sin Él nada de provecho podríamos hacer. Y eso es lo que personalmente he experimentado muchas veces en la vida cuando, olvidándome de esa divina recomendación, me he separado tanto de Él que he llegado hasta ser vencido por el pecado. Afortunadamente, me ha dado la Gracia de la conversión junto con su perdón y fuerza para intentar no volver a separarme de Él nunca más. Tanta caída mía y tanta ayuda compasiva suya para levantarme, me ha convencido al fin de que nada podré si no cuento con Él.

No trato aquí de exponer mi experiencia individual, tan semejante a la de muchos de vosotros, católicos empeñados también en ser más fieles cada día al Señor, sino que nos percatemos de la falibilidad humana en la que indefectiblemente caeremos si nos mantenemos alejados de Dios. Y eso, no sólo en el ámbito de nuestra actividad estrictamente individual sino también en nuestras actividades políticas y sociales. De aquí que también cuando votemos lo hagamos teniendo cerca a Jesucristo. También sin Él en la sociedad nada podemos hacer de valor. Sólo con Jesús lo lograremos, porque nos recordará que en nuestra vida social también hemos de respetar los mandamientos del Padre. Hemos de demostrar nuestro amor a Dios con hechos y no con palabras vacías. De nada sirven nuestros padrenuestros diciendo y deseando que «Venga a nosotros tu Reino» si nosotros no hacemos nada efectivo en nuestra vida pública para hacerlo venir. En nuestras instituciones políticas no reinará Dios si en ellas no manda Él. Por lo tanto, en primer lugar, los católicos nos deberemos oponer a todos aquellos políticos y partidos que mantengan en sus programas cosas contrarias a los mandatos y a la Ley de Dios. Por ejemplo, al mandato divino del «no matarás» se oponen los políticos que abogan por el aborto y la eutanasia. Ningún católico debería votarlos. Y no es mero convencimiento mío sino magisterio de la Iglesia Católica.

En relación con esto, y sobre las cosas que en ningún caso deben ser aceptadas por un verdadero cristiano, existe una NOTA DOCTRINAL muy clara del año 2002, del cardenal prefecto de la CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE (posteriormente Papa Benedicto XVI) sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política. Os animo, hermanos en la fe a que previo a que votéis leáis esta importante nota magisterial. En ella se habla de exigencias éticas fundamentales e irrenunciables, en las que

... los creyentes deben saber que está en juego la esencia del orden moral, que concierne al bien integral de la persona. Este es el caso de las leyes civiles en materia de aborto y eutanasia (que no hay que confundir con la renuncia al ensañamiento terapéutico, que es moralmente legítima), que deben tutelar el derecho primario a la vida desde de su concepción hasta su término natural. Del mismo modo, hay que insistir en el deber de respetar y proteger los derechos del embrión humano. Análogamente, debe ser salvaguardada la tutela y la promoción de la familia, fundada en el matrimonio monogámico entre personas de sexo opuesto y protegida en su unidad y estabilidad, frente a las leyes modernas sobre el divorcio. A la familia no pueden ser jurídicamente equiparadas otras formas de convivencia, ni éstas pueden recibir, en cuánto tales, reconocimiento legal. Así también, la libertad de los padres en la educación de sus hijos es un derecho inalienable, reconocido además en las Declaraciones internacionales de los derechos humanos. Del mismo modo, se debe pensar en la tutela social de los menores y en la liberación de las víctimas de las modernas formas de esclavitud (piénsese, por ejemplo, en la droga y la explotación de la prostitución). No puede quedar fuera de este elenco el derecho a la libertad religiosa y el desarrollo de una economía que esté al servicio de la persona y del bien común.
https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20021124_politica_sp.html

En estos temas un cristiano no debe ni puede transigir, porque debe primar siempre su obediencia a la Voluntad de Dios y a su Ley Natural sobre la obediencia a las leyes humanas contrarias, aunque estas sean del mayor rango humanamente posible, incluso de carácter constitucional. Hay que obedecer antes a Dios que a los hombres (Hechos de los Apóstoles, 5,29).

Para mi el mayor progreso de las sociedades se consigue bajo el primado de la Soberanía de Dios. Y sé que soy progresista, aunque me llamen lo contrario, porque sé que lucho por el progreso de los pueblos cuando lucho por que el Reinado de Cristo se establezca sobre todos ellos, pues, a los creyentes, nada nos da más confianza que el Reinado del Dios Justo y Compasivo que murió para salvarnos de la miseria del pecado que nos esclaviza, degrada y destruye. Dios nos quiere libres y verdaderamente realizados, y en lo social, plenamente solidarios y pendientes del bien común, y esto sólo lo lograremos estando plenamente unidos a Él.

Creo oportuno también destacar en la Nota Doctrinal comentada este párrafo:

« la conciencia cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral. Ya que las verdades de fe constituyen una unidad inseparable, no es lógico el aislamiento de uno solo de sus contenidos en detrimento de la totalidad de la doctrina católica. El compromiso político a favor de un aspecto aislado de la doctrina social de la Iglesia no basta para satisfacer la responsabilidad de la búsqueda del bien común en su totalidad.»

Para mi eso significa, y me lo ha confirmado también un buen sacerdote, que no hay que conformarse con la Doctrina del mal menor. El mal no se ha de buscar nunca. Constituye ya un grave retroceso conformarse con que la inmoralidad que existe en muchas de nuestras actuales leyes no vaya a más, pues lleva ello al gran peligro de que habituemos a nuestras conciencias a vivir en una atmósfera de inmoralidad, que acabará insensibilizándonos frente a otros avances futuros que el mal conseguirá al encontrarnos en ese estado de modorra a que nos conduce nuestra habituación con el mal. Lo adecuado nunca es estabilizar el mal, sino luchar por hacerle retroceder. Para eso mejor no votar, porque la doctrina cristiana no es nunca la del mal menor sino la del bien posible. Es decir, debemos votar a aquellos partidos políticos que teniendo la voluntad declarada de derogar todas las leyes injustas e inmorales que se oponen a los principios innegociables cristianos, se comprometan a no transigir sobre esos principios y a luchar por su implantación, dentro de las posibilidades del momento y de la fuerza parlamentaria que alcancen. La democracia se respeta como un medio para alzar nuestra voz, para abrir los ojos a los engañados y para que el bien común querido por Dios para las sociedades se alcance. Participa sólo si encuentras un partido cuyo programa no repugne a Jesús en esas exigencias cristianas irrenunciables. También votando lo debemos hacer unidos a Cristo, porque recuerdo, aunque sea pesado, que sin Él nada podemos.

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