He leído en portales católicos que el capítulo 8 de la Exhortación Apostólica Amoris Laeticia (en adelante A.L.) es un texto extraño y en varios sentidos ajeno al tono del resto de la Exhortación, y sobre todo parece distante de la enseñanza expuesta en Veritatis splendor o en Familiaris consortio.

Como otros han manifestado en esos portales, he creído también apreciar yo, de mi lectura de dicho capítulo, que se transmite en él la sensación de que los pecados mortales son todos más o menos excusables o prácticamente inexistentes subjetivamente atendiendo a las circunstancias individuales del sujeto que los comete. En el aspecto matrimonial, pues es una Exhortación sobre la Familia, también creo apreciar que hay contradicción con el magisterio próximo, el de San Juan Pablo II. Éste decía claramente que para una conversión real que permitiera el perdón en el sacramento de la Penitencia, el divorciado vuelto a casar, si por el bien de la prole tuviera que mantener la convivencia con su segunda pareja, lo tendría que hacer viviendo en castidad plena. A.L. es ambigua en este asunto y parece sugerir que puedan seguir viviendo en una plena unión conyugal.

Se dirá que otros capítulos de la Exhortación pueden ser válidos y que el capítulo mentado no debería contaminar toda ella. Efectivamente, he leído cosas que me han gustado en otras partes de la Exhortación. Sin embargo, estoy en esto de acuerdo con los que dicen que no es responsabilidad de los fieles “purificar” la enseñanza papal defectuosa. Para hacer beber un amargo veneno un poco de azúcar nos puede facilitar la operación. ¿Y si esas partes buenas de la A.L. actuaran como el excipiente adecuado para hacernos tragar el sapo de algo contrario al magisterio perenne de la Iglesia Católica o fomentador de dudas sobre el mismo?

Y es que el problema no está en lo que un laico del montón como yo crea ver en un texto eclesiástico. Cuatro cardenales hicieron unas preguntas al Papa para aclarar puntos ambiguos de la misma que, según ellos, propiciaban una interpretación herética del documento. El papa objetivamente les ignoró no contestándoles nada en absoluto. Ojalá, al menos, les hubiera sancionado por plantear cosas inconvenientes. Pero no hizo nada de nada. Igual suerte de silencio mereció una comunicación colectiva titulada Correctio filialis de haeresibus propagatis ( Una corrección filial con respecto a la propagación de herejías) firmada por una gran cantidad de profesores de filosofía, teólogos, académicos y profesionales varios, religiosos y laicos, de más de 20 países.

Todo esto produce gran turbación a un humilde laico como yo. Alertas de herejía por parte de cuatro altos dignatarios y Corrección filial al papa de un grupo selecto de teólogos y profesores de la Iglesia Católica, me asustan. Y la actitud silente del papa aumenta mi susto. ¿Porqué no disipa las dudas que públicamente se le han planteado? ¿porqué no les recrimina si se han pasado de la raya?

Confieso que no sé qué pensar del capítulo de marras. Emplea una argumentación teológica que me confunde y de la que no puedo determinar su ortodoxia sino es recurriendo a la autoridad del que lo firma, pareciendo  pretender hacer aceptable que los divorciados vueltos a casar puedan recibir el Sacramento de la Eucaristía. A pesar de mi titulación universitaria en derecho y de mi auto-formación continua en el contenido de mi religión, quizá no esté en condiciones de entender esta prolija redacción que me resulta enrevesada y farragosa. ¿Cuanto menos lo estarán otros laicos menos preparados? Pero algo me resulta claro de todo esto, a saber, que este no parece el lenguaje de Jesús, que habló claramente, para que los sencillos le entendieran. La institución del repudio matrimonial, que había sido transigida por Moisés, fue rechazada por Jesús con toda rotundidad y con las mínimas palabras al decir que quien repudiara a su mujer y se casara con otra, cometía adulterio y viceversa. Así lo dicen tres evangelistas, San Lucas (16,18), San Marcos (10,11) y San Mateo (Mt 19,9; cf. Mt 5,32). Volver a dar carta de naturaleza al repudio, esto es al divorcio, será siempre un paso atrás. En la práctica ya lo hacemos muchos católicos que vemos en nuestra cercanía, con toda normalidad y sin preocupación alguna, el auge de las parejas de católicos re-casados o amancebados. Fue la dureza del corazón de los judíos la que movió a Moisés a establecer el divorcio judío. ¿Quién sabe si no es la dureza de nuestro corazón la que hoy arrastra al papa a tomar decisiones arriesgadas que pueden propiciar a la larga la desaparición no sólo de la indisolubilidad matrimonial sino también del verdadero matrimonio cristiano?

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