En los versículos 1 a 21 del capítulo 10 del evangelio de San Juan, Nuestro Señor, desarrolla unas parábolas en las que se identifica con la puerta del redil de las ovejas, como el buen pastor de las mismas y como el dueño del rebaño. Contrapone a estas figuras con otras negativas como la del salteador o ladrón que no accede por la puerta, o la del asalariado o mercenario que por no tener el rebaño como propio, abandona las ovejas ante el peligro y les importa poco su suerte.
Como está claro que las ovejas de Cristo somos sus discípulos, parece claro que nuestro divino Maestro nos está advirtiendo de estos peligrosos personajes, el ladrón, el lobo y el cobarde asalariado, que quizás a lo largo de nuestras vidas se topen con nosotros con más frecuencia de lo que desearíamos.
Bien podrían encuadrarse dentro de los lobos que atacan a las ovejas esa gente cruel y fanática que tratando de imponer su ateísmo o falsas creencias, buscan la destrucción por todos los medios de la religión católica. ¡Cuánto nos asustan estos despiadados lobos!
Nos asustan menos los ladrones y salteadores, que entran en el aprisco por una puerta distinta a aquella con la que el mismo Jesús se identifica. Están dentro del rebaño de Cristo, la propia Iglesia, pero no han entrado por Cristo, quizá porque nunca aceptaron verdaderamente su doctrina. Están entre las ovejas con malas intenciones, quizás son ladrones de almas, que quieren dirigir a las ovejas hacia su perdición moral y religiosa. Con darnos menos miedo quizás sean más peligrosos que los voraces lobos, pues Jesús nos dijo: no temáis a los que pueden destruir vuestro cuerpo sino más bien a los que pueden dañar vuestra alma para toda la eternidad. Dentro de estos me atrevo a colocar a tantos malos sacerdotes que desde el confesionario, bajo capa de una falsa misericordia, aleccionan sobre la nimiedad de verdaderos pecados mortales o les niegan totalmente ese carácter. Otros salteadores doctrinales son toda esa recua de falsos teólogos que, hoy que no precisan de un nihil obstat, difunden doctrinas contrarias a la Revelación y a la Tradición y Magisterio de la Iglesia. A mi juicio hoy, existe la posibilidad de que muchos de estos salteadores hayan llegado incluso a altos cargos de la jerarquía de la Iglesia Católica.
También son de temer esos pastores que ejercen su función tomando el rebaño que pastorean como algo relativamente ajeno a ellos. Se comportan estos quizá hasta un cierto punto con eficacia profesional, mientras ello no les moleste o perjudique demasiado, pero cuando llega el menor daño o peligro para ellos y cuando llegan los lobos abandonan a sus ovejas.
Dentro de este grupo creo que podríamos encuadrar a todos aquellos sacerdotes o autoridades religiosas o morales a los que en un momento se les ha entregado el pastoreo del rebaño pero que, por su conveniencia personal, por temor a ser tachados de fanáticos o retrógrados, temor a no promocionarse jerárquicamente o por otras razones egoístas no se enfrentan a las malas doctrinas, sobre todo cuando éstas son erróneamente favorecidas o toleradas por sus superiores jerárquicos o son fruto de lo que políticamente se ha impuesto en la sociedad (lo políticamente correcto y religiosamente reprobable).
Ante todas estas figuras humanas negativas, falsas autoridades salteadoras o pastores mercenarios ¿qué posibilidades tenemos las ovejas de no sucumbir? Si creemos a Jesús, todas. Nunca nos faltará la puerta que Él es para que atravesándola lleguemos a la Salvación. Además nos ha dado esa portentosa facultad para conocer su Voz, que nos evitará que nos engañe la voz de tanto salteador y falso pastor.
Con esa esperanza creo que debemos poner también algo de nuestra parte. ¿Nos mantendrá Dios en sus dones si nos desentendemos de desearlos positivamente? Su Gracia también nos impulsa a rezar y no debemos ponerle resistencia sino todo lo contrario, dejarnos impulsar por ella. Recemos por eso con constancia a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo para que nos siga manteniendo finos de oreja para oír su Voz distinguiéndola de esas otras peligrosas voces arriba expuestas, y para ello frecuentemos más sus Sacramentos, perseveremos en conocer mejor su Palabra, la Tradición Apostólica y el largo y amplio Magisterio desplegado a lo largo de los siglos por su Iglesia y, finalmente, perseveremos en cumplir en nuestra vida todas las obras de misericordia que estén a nuestro alcance. Así no habrá miedo de que un extraño, o un salteador o un asalariado nos engañe con su Voz, por meliflua que ésta sea.
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