Leo noticias, que creo que todo cristiano responsable ha de lamentar, relacionadas con el decaimiento de la fe religiosa en países países ricos y occidentales tradicionalmente cristianos. Se ofrecen datos que muestran palmariamente este alejamiento de su población de la vida religiosa. Leo, por ejemplo, datos de 2021 que reflejan que poco más de la mitad de los franceses ya no creen en Dios, y que en Alemania 6 de cada 10 alemanes consideran que la religión no es importante en sus vidas. Y presto más atención a países europeos como éstos porque fue Europa donde prendió con más fuerza el Cristianismo, y porque me es por ello más doloroso ver el estado de irreligiosidad al que ha llegado este querido continente donde yo he nacido. Según mi apreciación personal, en mi país, España, ocurrirá lo mismo sino algo aún peor y eso que fue el país europeo más evangelizador de toda la Historia.
Se volverá a repetir algo tan manido como aquello de que en un país cuando se alcanza un alto grado de cultura y ciencia su población iluminada por el saber abandona la religión, entendida como fruto de las etapas históricas en que la ciencia no se había desarrollado. En mi opinión y seguramente también en la de muchos científicos creyentes que han demostrado en sus vidas la pacífica convivencia de ciencia y religión, esa forma de pensar es muy discutible. También viendo, por ejemplo, lo que yo aprecio que pasa en España, mi país, lo veo desmentido experimentalmente. Desde luego no veo que en España la educación haya mejorado ni en ciencia ni en humanismo, a no ser que creamos que el acceso del vulgo a la telefonía móvil con acceso a internet nos haya hecho a todos más sabios y cultos. Pienso, por el contrario, que concretamente el mencionado fenómeno, nos ha hecho, en algunos aspectos más tontos. O sea, que si en España aumentan los irreligiosos y ateos su causa no es nuestro gran avance cultural, científico o tecnológico, y precisamente no lo es porque tal avance es inexistente.
En vista de lo hasta aquí considerado, mi primera conclusión es que la mayor ciencia o tecnología de las sociedades no se ha de considerar como una causa decisiva de nuestro alejamiento de Dios. Es inflexiblemente ciega la posición de los que califican a todos los creyentes de negadores de la ciencia y oscurantistas. Es obvio que eso no es cierto. Quizás muchos de ellos estén cegados por un fanatismo cientificista.
Creemos que el universo material es científicamente analizable en su compleja ordenación, pero también creemos que el universo material, yendo a su orígenes primigenios, el surgimiento de la materia o de la vida, no puede explicarse científicamente satisfactorio, ni siquiera de un modo mínimo . El creyente, ante estos límites científicos, ha recurrido a la filosofía (vías de Santo Tomás, por ejemplo) y ha encontrado la confirmación de la existencia de Dios, causa primera de todo lo que existe. Los científicos aciertan si se quedan en los límites de la ciencia. Los que los traspasan negando las soluciones metafísicas se extralimitan imprudentemente. Lo que la realidad nos muestra es que uno puede ser ateo o increyente, tanto si es un científico de primera, como si es un hombre de poca cultura, y vicebersa.
También se ha impuesto en la mente del hombre actual, la idea no demostrada del progreso continúo. Todo lo nuevo, por ese simple hecho, se está dispuesto a aceptarlo como un progreso de lo anterior. Así, de la historia han hecho una fábula, en la que determinan que las épocas pasadas, más religiosas, ya han quedado superadas por unas épocas más volcadas en el avance científico, épocas que por ser últimas suponen un progreso histórico de la humanidad. Recordemos en qué quedó ese progreso en Alemania en el siglo XX, cuando era la nación líder en avance científico. Avance científico que todos sabemos al retroceso moral que la llevó cuando la tentó al exterminio del pueblo judío y al enfrentamiento más sangriento de los últimos tiempos de la historia contra casi todos los países de Occidente, como fue la II Guerra Mundial.
Desde mi punto de vista, los procesos históricos no están guiados por ningún determinismo progresista sino por la influencia que sobre los individuos tienen otros individuos o las instituciones sociales o políticas. Por eso podemos apreciar, a nada que nos tomemos una pequeña molestia en hacerlo, que hay corrientes ideológicas, sin fundamento científico ni cultural alguno, que están enfrentándose con gran furia contra la religión, singularmente la mayoritaria católica, (presumo que no se atreverán con la islámica) y todo ello con el auxilio de la mayor parte y más poderosos medios de comunicación de masas, de los partidos, singularmente de izquierda, que llegados al poder del Estado han impuesto su ideología atea desde la escuela a las nuevas generaciones. En el fondo, no ha sido meramente un alejamiento de la religión por parte de los individuos dejados a su suerte y al juicio de su conciencia. En verdad, lo que ha habido ha sido un bombardeo inmisericorde a la persona de mensajes propagandísticos de partidos ideológicamente ateos, de presiones de los gobiernos que éstos han formado y de los mass media que casi por completo acaparan y de la Escuela, Colegios y Universidades que han ido dominando. A mi juicio, los católicos, por el contrario, hemos abandonado todas nuestras posiciones de poder político, intelectual y científico en la sociedad. Las instituciones de enseñanza que todavía tenemos, a causa de nuestra supeditación a los planes educativos estatales cargados de ideología anticristiana se están convirtiendo en ineficaces para presentar una enseñanza moral y religiosa congruente a su alumnado.
Lo anterior se resume en que la evolución social irreligiosa no es ni natural ni espontánea, sino que está sometida a los embates ideológicos y morales de los ateos y a la fuerza y valentía con que los cristianos de hoy empleemos en contrarrestarlos. Hoy, por lo que se ve, los ateos son más fuertes y más fieles en su labor destructora de la religión y los creyentes cada vez más cobardes, más apocados y menos comprometidos en la defensa de la religión.
También son de considerar otros factores que tienen su importancia en el avance de la irreligiosidad . El crecimiento en riqueza de los países europeos del siglo pasado nos ha hecho vivir en sociedades llamadas de bienestar, hasta cierto punto pura soflama pero que creímos a pies juntillas y nos hizo vivir despreocupadamente no solo de nuestra suerte sino de la suerte de los demás, cayendo confiadamente en brazos de papá Estado sustituto del Dios Providente. Muchos nos hemos engañado con un bienestar meramente material, y hemos caído en el materialismo e individualismo comodón, aburguesado e insolidario. Conforma todo ello otro factor del declive religioso en nuestros países que yo bautizo como indolencia burguesa. Más claramente Jesús lo expresó así:“Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos.”
(Mateo, 19, 23-30).
Por último, hay también otro factor negativo para el desarrollo religioso, en buena medida concomitante con el citado asalto al poder político de la izquierda, -unido al acomodamiento con ella de la derecha atea e individualista-, que es la destrucción moral de la persona que aquella procura mediante la trivialización del asesinato de los indefensos (aborto), el desarraigo, odio y división entre los individuos, el fomento de la droga y el pan-sexualismo. Los adoctrinadores del mal sólo tratan de hacernos caer en los pecados más inmorales, de hacer que nos acostumbremos a verlos a nuestro alrededor, de modo que flaqueemos en la virtud y caigamos en el vicio que buscan generalizar en la sociedad. Así, si al fin caemos en el vicio y esclavitud en la que quieren sumirnos, podemos llegar acabar por justificarnos diciendo que esa es la manera más común de vivir, la válida, la de la gran mayoría. De este modo, autoengañándonos, podemos llegar a decirnos: "No te amargues pensando que existe un Dios bueno al que ofendes. Borra de tu mente a ese Dios que te amarga y exige". Y acabamos no buscando el perdón ni la justificación de Dios sino conformándonos tan solo con nuestra frustrante autojustificación. Viviendo primero, al contrario de como pensamos, acabamos al final, pensando como vivimos.
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