Juicio Final de Giotto en la Capilla Scrovegni
Juicio Final de Giotto en la Capilla Scrovegni

Hoy el evangelio presenta a los discípulos denunciando a Jesús la actuación espontánea de personas que, no siendo seguidores suyos y sin ninguna autorización de su parte, hacen expulsar demonios en su nombre. Por la contestación que les da Jesús pareciera que quisieran que Él les condenara expresamente, cosa que no sólo no hace sino que les dice: «No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro.»

Pero seguidamente Jesús todavía dice más, y no sólo de los que hacen exorcismos o milagros en su nombre, sino de los que tengan comportamientos favorables a Jesús y a los suyos aunque sea en grado tan mínimo como darles a beber un vaso de agua, de los que dice que por ello recibirán una gran recompensa divina: «Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa.»

Al precipitarme a interpretar el término "pequeñuelo" empleado por el Señor, como equivalente a niño, me equivoco. El Pseudo Crisóstomo (según refleja la Catena Aurea de Sto. Tomás de Aquino) aclara así este pasaje evangélico: «Y no solamente ofrece la recompensa codiciada a los que honren a sus discípulos, sino el castigo en caso contrario [la negrita es mía para destacar]. Y al que escandalizare a algunos de estos pequeñitos", etc. Que es como si dijera: Así como los que os honren por mí tendrán recompensa, así también los que no os honren, esto es, los que os escandalizaren, recibirán el castigo último. De este modo, pues, nos prepara para que comprendamos el terrible tormento que describe haciendo mención de la inmersión con la rueda de molino, y no dice que le aten al cuello una rueda de molino, sino mejor le fuera que le ataran, demostrando así que le espera otro mal más grave.»

En ese mismo sentido, la Catena Aurea, trae a colación a Beda (in Marcum, 3, 39): «Y con razón se llama pequeñito al que puede ser escandalizado, porque el que es grande aunque tenga que padecer, no abandonará su fe, mientras que el pequeño y pobre de espíritu busca ocasiones de escándalo. Por tanto debemos ocuparnos principalmente de los que son pequeños en la fe, para que por causa nuestra no se ofendan y se aparten de la fe, perdiendo la salvación. »

En conclusión el “pequeñuelo” del que Nuestro Señor habla es cualquiera de sus discípulos, y yo pienso que entre este tipo de pequeñuelos se encuentran aquellos que por su falta de formación o cultura son más fáciles de engañar por los malos que, muchas veces con una inteligencia mal empleada, pergeñan sofismas con que confundirlos para apartarles de la fe. También me viene a la mente aquello que se dice en la Escritura sobre el Siervo del Señor, que la caña cascada no la quebrará ni el pábilo vacilante apagará. Siendo nosotros sus seguidores debemos obrar igual que Cristo: apoyar al débil en la fe, para que crezca su poca fe y para que no se desbarate por nuestro mal ejemplo.

Acaba el pasaje del evangelio de este domingo, refeririéndose genéricamente al mayor castigo en el que todo hombre incurrirá sino toma ninguna medida en su vida para evitar el pecado: la condenación eterna. Y así nos dirá crudamente, refiriéndose a nuestros propios miembros y órganos corporales: si tu mano o pie te hace pecar, cortatelos; y si tu ojo te induce a pecar, sácatelo. Más te vale entrar manco, cojo o tuerto en la Vida Eterna, que ser mandado todo íntegro a la Gehenna (Infierno).

Por supuesto del Infierno no habló en absoluto el sacerdote en su homilía sino sorprendentemente del ecumenismo. Y lo que interpretó de este, a mi juicio, cabría ponerle muchos reparos, porque como siempre, para un cierto ecumenismo eclesial constatar las diferencias entre religiones parece ser un tema tabú, del que es mejor ni hablar, pues para ellos la confrontación dialéctica en esta materia ha de acabar irremediablemente en violencia. Yo, aunque no crea que haya verdaderas revelaciones divinas en otras religiones, ello no me impide apreciar como personas a los practicantes de las mismas. Es para mi sagrado respetar la dignidad y libertad que, como hombres, al igual que yo, Dios les ha otorgado. Por eso, creo que el diálogo y la puesta en común de nuestras diferencias es posible. Y no sólo posible, sino prescrita divinamente, pues Dios nos llama a compartir la gracia y revelación que hemos recibido. Lo que nunca será ni habrá de servir para imponer esa gracia y revelación a los demás. Presentar nuestra fe, en todos sus pormenores, sin engaños propagandísticos para hacerla aceptable a personas de otras religiones, y argumentando todo ello racionalmente, aunque no acabe en conversión a la fe del otro por ninguna de las partes, siempre será positivo, y desde el punto de vista cristiano, repito, constituirá el cumplimiento de nuestra obligación de evangelizar. No debemos temer el diálogo y la confrontación de ideas (algo muy distinto del enfrentamiento personal). Todos somos criaturas de Dios con igual dignidad como personas y el diálogo religioso pacífico y respetuoso está entre nuestras posibilidades. Cuantas veces en el ecumenismo "buenista" que se estila no existe diálogo en sentido platónico o socrático, sino mera unión sentimental, desprovista de todo deseo de autoconocimiento de nuestra mutua diversidad y de barajar las posibilidades de trascender de nuestras propias experiencias religiosas individuales tratando de encontrar la unidad de todas ellas en la única Verdad. El ecumenismo de hoy, para mí, es una experiencia emotiva, desprovista de toda concreción práctica argumental con nula capacidad de programar mejoras apreciables en el mundo. Una oración conjunta al aire, cada uno al dios que concibe, y después cada oveja con su pareja y cada mochuelo a su olivo. El cristiano a su iglesia, el hindú a su templo, el judío a su sinagoga y el musulmán a su mezquita. Bueno, eso es como yo lo veo, aunque respeto y puedo reconocer la buena voluntad de todos los miembros de la iglesia jerárquica, desde el Papa, hasta el más humilde sacerdote, si creen que su deber es fomentar un ecumenismo de tal carácter. En el grado que deba aceptaré la actuación de la jerarquía a este respecto, aunque en esta materia lo que el magisterio de la Iglesia ha condenado expresa y claramente en sus escritos más solemnes es el indeferentismo religioso, en el que, pienso que ningún buen seguidor de Cristo debe caer. El papa Gregorio XVI en su encíclica Mirari vos Arbitramus, al condenarla la define así:"opinión perversa, según la cual es posible obtener la salvación eterna del alma por la profesión de cualquier tipo de religión, siempre que se mantenga la moral."

Pero bueno, yo quería hablar del tabú religioso en que hoy la jerarquía ha convertido al infierno, que, por el contrario es tan reiterado en el evangelio, como en el propio de este domingo, en el que hace preferibles a caer en él, unas alternativas de cruentas acciones de auto mutilación corporal. Es que es tan temible la Gehenna que, en palabras de Jesús, es el fuego que no se apaga y el gusano que nos devora y nunca muere.

Conozco la leyenda que imputa al gran teólogo Orígenes su auto castración en base a una interpretación literal del anterior pasaje evangélico. El caso es que en uno de sus últimos escritos este famoso teólogo afirma expresamente que solo un tonto interpretaría el pasaje como una defensa de la castración literal. Las imágenes evangélicas, si bien deben influir en el temor que debemos tener a perder nuestra alma, cayendo en el castigo eterno, no deben inducirnos a cometer ninguno de esos extremos, sino a espolearnos a no cejar en nuestra lucha contra el pecado. El miedo, es un factor que mueve también a los hombres y está en su propia naturaleza humana, y el Hijo, aunque en su naturaleza divina ya lo sabía, lo experimentó también en su naturaleza humana. Todos nosotros, y mucho más, débiles y cobardes humanamente como yo, necesitamos de la advertencia del castigo eterno. Quizá no es el mejor camino, sino el del amor que Cristo nos tiene, como cantaba Santa Teresa en su célebre poema, “Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,/que aunque no hubiera cielo, yo te amara,/y aunque no hubiera infierno, te temiera.”

En el fondo, la advertencia del infierno, es del mismo tipo de advertencia que un padre o una madre hace a su hijo pequeño para que no haga algo que le puede traer graves consecuencias. Le pintará el peligro tan feo como él pueda comprender. Es la advertencia de Dios una advertencia de amor de igual género que las de los padres hacen con su hijo, y que por tanto debemos agradecer. Es más, en lo extremoso de su amor, no le importó sufrir el infierno de la Pasión y Crucifixión en esta vida para evitarnos la condenación eterna en la otra vida que nos aguarda.

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