Todo lo anterior, hizo que surgieran en distintos puntos del país grupos disidentes con el sistema liberal que eran partidarios de volver al absolutismo monárquico. Fueron los llamadas Voluntarios realistas que se organizaron en bandas armadas para luchar contra la Milicia nacional de los liberales. Eran financiados, coordinados y sostenidos ideológicamente por sociedades secretas compuestas por caciques y pequeños nobles rurales, militares retirados, modestos empleados de la Administración y ayuntamientos, miembros de los cabildos catedralicios, monjes y curas y párrocos de los pequeños pueblos. En Cantabria, el adoctrinamiento de estos dos últimos fue importante, funcionando como ideólogos locales de la institución realista y vigilantes en la sombra de desvíos liberales. Hubo escasas excepciones a esa conducta en algunos párrocos que atacaron la causa realista. Sirva el ejemplo de los párrocos de Arredondo y de Mena. El primero, llegó a agredir a un voluntario realista feligrés suyo, por que éste le echó en cara que hablase a favor de la Constitución, y en contra de los cuerpos realistas. El segundo, con una similar oposición, tuvo más mérito, ya que Mena era uno de los focos más fuertes del realismo. Por otro lado, los franciscanos de Santander y dominicos de Las Caldas - además de los conventos de Montes Claros y de Santo Toribio-, actuaron como emisarios de los mensajes, consignas y planes antiliberales. No es descartable algún apoyo y coordinación a la conspiración ultrarrealista desde la curia episcopal que creemos ajena a una positiva implicación del obispo Juan Nepomuceno Gómez Durán, nombrado en 1820, año de la desamortización de Corbán.
En la llamada década ominosa, estas partidas de Voluntarios realistas se institucionalizaron financiándose con cargo a los fondos de los mismos ayuntamientos. Tras la muerte de Fernando VII y la entronización en 1833 de su hija Isabel II, se produjo el fin de esta institución ya que los Voluntarios se convirtieron en partidarios del hermano del rey muerto, es decir, en carlistas. Ya desde el nombramiento del obispo Felipe González Abarca, tres años antes, la sede episcopal santanderina era adicta al Gobierno Liberal. Sin el apoyo del obispo que controlaba el modestísimo patrimonio catedralició, una disminuida parte del clero montañés que no podía financiar a los primeros grupos carlistas de la región por falta de capacidad económica (la desamortización en el trienio liberal dejó los conventos sin suficiente base de riqueza territorial), solo pudo colaborar a su sostenimiento ideológico y propagandístico.