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San Augusto Andrés, en el siglo Román Martín Fernández

Santander, 4-10-1912; Valle Turón, Asturias, 9-10-1934)

ROMÁN MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, hijo de Román y Teresa, nació en la calle Cisneros de Santander el 6 de mayo de 1910. Fue bautizado en la parroquia de San Francisco de la capital. Cuando todavía era niño, quedó con sus dos hermanos huérfano de padre. Había heredado de aquél, militar de profesión, el sentido de la precisión y del orden. Su madre ya viuda debió enfrentarse sola a su crianza. Ésta, que era piadosa y sencilla, le legaría la gentileza que tanto admiraban sus profesores, sus compañeros y después sus alumnos. Cuando manifestó la intención de hacerse religioso -era el hijo mayor y el único varón en casa cuando su padre murió- su madre no se resignaba. Pero una enfermedad del joven doblegó la resistencia materna. Prometió a la Virgen que aceptaría los deseos de su hijo si sanaba y, habiendo obtenido la curación, autorizó el ingreso en los Hermanos de las Escuelas Cristianas, o más conocidos como Hermanos de La Salle.

En 1922 finalizó su noviciado y emitió con decisión sus primeros votos religiosos. Tomó el hábito en el año 1926 y recibió el nombre religioso de Hermano Augusto Andrés. Quienes le conocieron lo describen como un educador valiente y elegante. La elegancia espiritual y humana de una personalidad firme, serena y decidida que no le permitió apartarse del camino que Dios le había señalado. Se hallaba en el colegio de Palencia en 1933, cuando la dispersión le llevó al que había de ser su postrer destino, la comunidad de Turón. Su valor y decisión fueron llamativos en los últimos momentos de su existencia, pues él fue quien dirigió las últimas palabras a sus verdugos. A la pregunta: «¿Saben ustedes a dónde van?», Román respondió: «Adonde ustedes quieran. Estamos preparados para todo». Fueron éstas, palabras llenas de entereza y de aceptación del martirio, propias de un corazón totalmente entregado a Dios.

Zona central del valle del río Turón

En 1934, Turón, era una pequeña ciudad minera de la provincia de Asturias con gran cantidad de inmigrados cuyo régimen de vida era duro y se sentían desarraigados de sus mejores tradiciones. En esta provincia, por ello, hizo gran mella la campaña propagandística de odio y violencia que desde el comienzo de la II República española habían desencadenado contra la Iglesia católica la masonería y el marxismo a través de los partidos de izquierda. Estos buscaban el poder y hacer desaparecer la tradición religiosa. Con la pérdida de poder que les supuso la victoria de la derecha en 1933, promovieron un golpe de estado contra el gobierno, en el curso del cual, aprovecharon para radicalizar hasta las más altas cotas de violencia su saña contra la Iglesia, los sacerdotes y los religiosos.

La escuela de los Hermanos de las Escuelas Cristianas atendía la docencia de los niños de la práctica totalidad de las modestas y pobres familias del pueblo. A pesar de ello, o precisamente por ello, a los sectarios responsables de la ciudad les irritaba la presencia local de los Hermanos, que desafiaban la prohibición de enseñar religión, influyendo religiosamente sobre los jóvenes, incluso escoltando abiertamente a sus alumnos a la misa dominical.

Esta situación abocó en el martirio de los Hermanos, trágicamente se perpetrado a primeros de octubre de 1934. Las autoridades entraron violentamente en la casa de los Hermanos pretextando de que allí se escondían armas. Se detuvo al Padre Inocencio, Pasionista y a los Hermanos. Unos días más tarde, a media noche y sin juicio, fueron fusilados a la vera del cementerio.

Los asesinos fueron reclutados de otros lugares, porque en el pueblo de Turón no encontraron quienes estuvieran dispuestos a perpetrar semejante crimen. Y después del mismo, en las casas del valle comenzó a correr la noticia de que todos los profesores de la Escuela habían sido fusilados por la noche en el cementerio. La repulsa fue general, incluso en aquellos que simpatizaban con la revolución. Era un acto de crueldad repugnante e inútil.

Los habitantes de Turón los consideraron mártires desde el primer momento. La Iglesia ya lo ha reconocido oficialmente.

Reunieron a los nueve religiosos en la Casa del Pueblo de Turón, hasta el pronunciamiento del Comité revolucionario. A pesar del predicamento tenían en la localidad pues gran parte de las familias de la misma llevaban a sus hijos a su escuela, bajo la presión de algunos extremistas, el Comité, en decisión secreta, los condenó a muerte, siendo fusilados en el cementerio del pueblo poco después de la una de la madrugada, el día 9 de octubre de 1934. El historiador Vicente Cárcel Ortí lo narra así:

"Las víctimas comprendieron de inmediato las intenciones del Comité y se prepararon generosamente al sacrificio con la oración, la confesión, y otorgaron el perdón a sus asesinos. Su ejemplo alentó a los demás prisioneros, que también se acercaron al Sacramento de la reconciliación. La última noche parecía que iba a resultar como las anteriores. Se acomodaron sobre el suelo y se dispusieron a dormir en la medida de lo posible. Mientras tanto, en su cercana escuela se reunían los que iban a cumplir la sentencia que había dictado el Comité. A la una de la madrugada del 9 de octubre de 1934, quinto día de la revolución, se abrió de improviso la puerta de la sala en donde se hallaban los detenidos. Todos dormían, salvo el director, Hermano Cirilo. Los verdugos obligaron a los nueve religiosos a entregarles sus pertenencias y los separaron de los otros detenidos. Les comunicaron que pensaban llevarlos al frente, para servir de parapeto ante los soldados. Tardaron de ocho a diez minutos en conducirlos hasta el cementerio.

Caminaron juntos y serenos. Fueron muertos con dos descargas de fusilería, y rematados a tiros de pistola. Allí estaba preparada una zanja de unos nueve metros. Se les colocó ante ella. Ante sus ojos, a unos 300 metros, se alzaba el edificio del colegio, iluminado a aquellas horas de la noche. Fue lo último que contemplaron los mártires. El jefe de los milicianos dio la orden de ejecución. Con dos descargas quedaron acribillados. Algunos, que habían quedado con señales de vida, recibieron un disparo de pistola. El enterrador recibió la orden de echar tierra sobre los cuerpos. Lo hizo, y se marchó pronto. La serenidad y valentía con la que los nueve religiosos aceptaron el martirio impresionó a los asesinos, como más tarde ellos mismos declararían.

Mientras tanto, el grupo de asesinos se volvía hacia sus puntos de origen, desconcertados por la serenidad de las víctimas, que no habían proferido una protesta. El jefe de los asesinos, días después, detenido en la cárcel de Mieres, reconocía:

Los hermanos y el padre oyeron tranquilamente la sentencia y fueron con paso firme y sereno hasta el cementerio. Sabiendo a dónde iban, fueron como ovejas al matadero; tanto que yo que soy hombre de temple, me emocioné por su actitud... Me pareció que por el camino, y cuando estaban esperando ante la huerta, rezaban en voz baja.".

    Los compañeros de martirio fueron estos nueve:
  1. San Cirilo Bertrán (José Sanz Tejedor). Nacido en Lerma (Burgos), España, el 20 de marzo de 1888 (46 años). Entrado en el Noviciado el 23 de octubre de 1906. Era el Director de la Comunidad.
  2. San Marciano José (Filomeno López y López). Nacido en El Pedregal (Guadalajara), España, el 15 de noviembre de 1900 (39 años). Entrado en el Noviciado el 20 de septiembre de 1916. Era el cocinero.
  3. San Julián Alfredo (Vilfrido Fernández Zapico). Nacido en Cifuentes de Rueda (León), España, el 24 de diciembre de 1903 (32 años). Entrado en el Noviciado el 4 de febrero de 1926
  4. San Victoriano Pío (Claudio Bernabé Cano). Nacido en San Millan de Lora (Burgos), España, el 7 de julio de 1905. Entrado en el Noviciado el 30 de agosto de 1921
  5. San Benjamín Julián (Vicente Alonso Andrés). Nacido enJamarillo de la Fuente (Burgos), España, el 27 de octubre de 1908. Entrado en el Noviciado el 29 de agosto de 1924
  6. San Augusto Andrés (Román Martín Fernández). Nacido en Santander, España, el 6 de mayo de 1910. Entrado en el Noviciado el 3 de febrero de 1926
  7. San Benito de Jesús (Héctor Valdivieso Sáez). Nacido en Buenos Aires, Argentina, el 31 de octubre de 1910. Entrado en el Noviciado el 7 de agosto de 1926
  8. San Aniceto Adolfo (Manuel Seco Gutiérrez). Nacido en Celada Marlantes (Cantabria), España, el 4 de octubre de 1912. Entrado en el Noviciado el 6 de septiembre de 1928
  9. San Inocencio de la Immaculada, CP (Manuel Canoure Arnau). Nacido en Cecilia del Valle de Oro (Lugo), España, el 10 de marzo de 1887. Ordenado sacerdote el 20 de septiembre de 1920
San Aniceto Alonso


Martirizados en España, el 9 de octubre de 1934.
Beatificados el 29 de abril de 1990.
Juan Pablo II los canonizó el 21 de noviembre de 1999.
San Augusto Andrés

Cuadro de los mártires que adornó la fachada del Vaticano el día de la beatificación Cuadro de los mártires que adornó la fachada del Vaticano el día de la canonización

El 5-X-1934, muy temprano, mientras los Hermanos oían misa en la casa, ésta, de forma intempestiva, fue asaltada y llevados todos prisioneros a la Casa del Pueblo, convertida en cárcel provisional. Allí permanecieron cinco días incomunicados, en espera angustiosa.

El día 9 fueron conducidos al cementerio del pueblo y allí mismo cruelmente ejecutados. En conferencia dada el 4 de abril de 1990 en la Casa de la Iglesia de Santander, el Hermano Pedro Chico, de las Escuelas Cristianas afirmó: "Para mí, las dos figuras más emocionantes son los dos mártires de Cantabria".

El grupo de Mártires de Turón, con nuestros dos primeros santos cántabros entre ellos, fueron beatificados por el Papa Juan Pablo II el 29 de abril de 1991. Nueve años más tarde, el 21 de noviembre de 1999, en la solemnidad de Cristo, Rey del universo, el mismo Papa les canonizaba.

Cuadro de los mártires San Manuel Seco

El 3 de diciembre de 1999, mismo año de la beatificación, se celebró una Eucaristía de acción de gracias en la Catedral de Santander, con la presencia de dos hermanos de los mártires, sobrinos y familiares y una ingente multitud de fieles. En su homilía, el obispo Vilaplana que presidía la ceremonia comenzó diciendo:

"Pocas veces se puede saludar a un hermano o a una hermana de un santo en una celebración. Yo... siento la satisfacción de saludar a María, hermana de san Román Martínez, y a Florencio, hermano de san Manuel Seco y como él Hermano de La Salle..."

San Román Martínez Y un poco después manifestaba que "nos toca la gran suerte de poder invocar a unos santos tan cercanos a nosotros en el tiempo, en la tierra y en la experiencia. Quizás uno se estremece cuando piensa: alguien que era de Santander, en una casa que todavía existe, y en otra casa que se conserva en Celada Marlantes; y sus hermanos y familiares viven entre nosotros".