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MANUEL SECO GUTIÉRREZ nació en Celada Marlantes el 4 de octubre de 1912. Hijo de Pío y Catalina, matrimonio de humildes trabajadores con cinco hijos. Muerta su madre prematuramente, su padre, con la ayuda de los abuelos, quedó a cargo de ellos, hasta que su hermano mayor, Máximo, él mismo y su hermano menor, Florencio, por este orden, ingresaran en el Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas - La Salle. Manuel tomó su decisión el 1-IX-1925, cuando visitó el pueblo el reclutador de la orden Hermano Ludovico María.
Al poco de llegar al centro de formación de Bujedo (Burgos) se entera de la muerte de su padre. Durante los tres años que pasó junto al grupo de muchachos que se preparaban para ser educadores cristianos, se caracterizó por su entrega al estudio y por ir dulcificando su carácter (especialmente el mal genio que mostrara en casa y en la escuela de su pueblo, según una prima religiosa) y modelando su personalidad.
El 6-IX-1928 entra en el Noviciado, el 2 de febrero de 1929 toma el hábito de Hermano, eligiendo el nombre de Aniceto Adolfo y termina su preparación y emite sus primeros votos en febrero de 1930. En esa época coincide en Bujedo con su hermano Florencio.
El 24-VIII-1932 es provisionalmente destinado al Colegio de Ntra. Sra. de Lourdes de Valladolid. Obtenida, tras un examen en Burgos, la convalidación civil de los estudios de Magisterio que había recibido en Bujedo, se le destina a primeros de octubre de 1933, ya cumplidos sus 21 años, a la Escuela del valle minero de Turón. Paso el verano de 1934 en su pueblo natal visitando a su familia, que no veía desde hacia nueve años. Luego marchó a Valladolid, donde hizo una tanda de ejercicios espirituales y renovó sus votos religiosos. Ya vuelto a su comunidad de Turón, se dedicó a la preparación de las clases ante el nuevo curso ya inminente. No tuvo tiempo de conocer a sus alumnos ni de preparar las materias a desarrollar, puesto que el 5-X-1934 fue detenido con sus compañeros de comunidad, y tras 5 días de prisión incomunicada, martirizados.
En 1934, Turón, era una pequeña ciudad minera de la provincia de Asturias con gran cantidad de inmigrados cuyo régimen de vida era duro y se sentían desarraigados de sus mejores tradiciones. En esta provincia, por ello, hizo gran mella la campaña propagandística de odio y violencia que desde el comienzo de la II República española habían desencadenado contra la Iglesia católica la masonería y el marxismo a través de los partidos de izquierda. Estos buscaban el poder y hacer desaparecer la tradición religiosa. Con la pérdida de poder que les supuso la victoria de la derecha en 1933, promovieron un golpe de estado contra el gobierno, en el curso del cual, aprovecharon para radicalizar hasta las más altas cotas de violencia su saña contra la Iglesia, los sacerdotes y los religiosos.
La escuela de los Hermanos de las Escuelas Cristianas atendía la docencia de los niños de la práctica totalidad de las modestas y pobres familias del pueblo. A pesar de ello, o precisamente por ello, a los sectarios responsables de la ciudad les irritaba la presencia local de los Hermanos, que desafiaban la prohibición de enseñar religión, influyendo religiosamente sobre los jóvenes, incluso escoltando abiertamente a sus alumnos a la misa dominical.
Esta situación abocó en el martirio de los Hermanos, trágicamente se perpetrado a primeros de octubre de 1934. Las autoridades entraron violentamente en la casa de los Hermanos pretextando de que allí se escondían armas. Se detuvo al Padre Inocencio, Pasionista y a los Hermanos. Unos días más tarde, a media noche y sin juicio, fueron fusilados a la vera del cementerio.
Los asesinos fueron reclutados de otros lugares, porque en el pueblo de Turón no encontraron quienes estuvieran dispuestos a perpetrar semejante crimen. Y después del mismo, en las casas del valle comenzó a correr la noticia de que todos los profesores de la Escuela habían sido fusilados por la noche en el cementerio. La repulsa fue general, incluso en aquellos que simpatizaban con la revolución. Era un acto de crueldad repugnante e inútil.
Los habitantes de Turón los consideraron mártires desde el primer momento. La Iglesia ya lo ha reconocido oficialmente.
Reunieron a los nueve religiosos en la Casa del Pueblo de Turón, hasta el pronunciamiento del Comité revolucionario. A pesar del predicamento tenían en la localidad pues gran parte de las familias de la misma llevaban a sus hijos a su escuela, bajo la presión de algunos extremistas, el Comité, en decisión secreta, los condenó a muerte, siendo fusilados en el cementerio del pueblo poco después de la una de la madrugada, el día 9 de octubre de 1934. El historiador Vicente Cárcel Ortí lo narra así:
"Las víctimas comprendieron de inmediato las intenciones del Comité y se prepararon generosamente al sacrificio con la oración, la confesión, y otorgaron el perdón a sus asesinos. Su ejemplo alentó a los demás prisioneros, que también se acercaron al Sacramento de la reconciliación. La última noche parecía que iba a resultar como las anteriores. Se acomodaron sobre el suelo y se dispusieron a dormir en la medida de lo posible. Mientras tanto, en su cercana escuela se reunían los que iban a cumplir la sentencia que había dictado el Comité. A la una de la madrugada del 9 de octubre de 1934, quinto día de la revolución, se abrió de improviso la puerta de la sala en donde se hallaban los detenidos. Todos dormían, salvo el director, Hermano Cirilo. Los verdugos obligaron a los nueve religiosos a entregarles sus pertenencias y los separaron de los otros detenidos. Les comunicaron que pensaban llevarlos al frente, para servir de parapeto ante los soldados. Tardaron de ocho a diez minutos en conducirlos hasta el cementerio.
Caminaron juntos y serenos. Fueron muertos con dos descargas de fusilería, y rematados a tiros de pistola. Allí estaba preparada una zanja de unos nueve metros. Se les colocó ante ella. Ante sus ojos, a unos 300 metros, se alzaba el edificio del colegio, iluminado a aquellas horas de la noche. Fue lo último que contemplaron los mártires. El jefe de los milicianos dio la orden de ejecución. Con dos descargas quedaron acribillados. Algunos, que habían quedado con señales de vida, recibieron un disparo de pistola. El enterrador recibió la orden de echar tierra sobre los cuerpos. Lo hizo, y se marchó pronto. La serenidad y valentía con la que los nueve religiosos aceptaron el martirio impresionó a los asesinos, como más tarde ellos mismos declararían.
Mientras tanto, el grupo de asesinos se volvía hacia sus puntos de origen, desconcertados por la serenidad de las víctimas, que no habían proferido una protesta. El jefe de los asesinos, días después, detenido en la cárcel de Mieres, reconocía:
Los hermanos y el padre oyeron tranquilamente la sentencia y fueron con paso firme y sereno hasta el cementerio. Sabiendo a dónde iban, fueron como ovejas al matadero; tanto que yo que soy hombre de temple, me emocioné por su actitud... Me pareció que por el camino, y cuando estaban esperando ante la huerta, rezaban en voz baja.".
- Los compañeros de martirio fueron estos nueve:
- San Cirilo Bertrán (José Sanz Tejedor). Nacido en Lerma (Burgos), España, el 20 de marzo de 1888 (46 años). Entrado en el Noviciado el 23 de octubre de 1906. Era el Director de la Comunidad.
- San Marciano José (Filomeno López y López). Nacido en El Pedregal (Guadalajara), España, el 15 de noviembre de 1900 (39 años). Entrado en el Noviciado el 20 de septiembre de 1916. Era el cocinero.
- San Julián Alfredo (Vilfrido Fernández Zapico). Nacido en Cifuentes de Rueda (León), España, el 24 de diciembre de 1903 (32 años). Entrado en el Noviciado el 4 de febrero de 1926
- San Victoriano Pío (Claudio Bernabé Cano). Nacido en San Millan de Lora (Burgos), España, el 7 de julio de 1905. Entrado en el Noviciado el 30 de agosto de 1921
- San Benjamín Julián (Vicente Alonso Andrés). Nacido enJamarillo de la Fuente (Burgos), España, el 27 de octubre de 1908. Entrado en el Noviciado el 29 de agosto de 1924
- San Augusto Andrés (Román Martín Fernández). Nacido en Santander, España, el 6 de mayo de 1910. Entrado en el Noviciado el 3 de febrero de 1926
- San Benito de Jesús (Héctor Valdivieso Sáez). Nacido en Buenos Aires, Argentina, el 31 de octubre de 1910. Entrado en el Noviciado el 7 de agosto de 1926
- San Aniceto Adolfo (Manuel Seco Gutiérrez). Nacido en Celada Marlantes (Cantabria), España, el 4 de octubre de 1912. Entrado en el Noviciado el 6 de septiembre de 1928
- San Inocencio de la Immaculada, CP (Manuel Canoure Arnau). Nacido en Cecilia del Valle de Oro (Lugo), España, el 10 de marzo de 1887. Ordenado sacerdote el 20 de septiembre de 1920
Martirizados en España, el 9 de octubre de 1934.
Beatificados el 29 de abril de 1990.
Juan Pablo II los canonizó el 21 de noviembre de 1999.
El 5-X-1934, muy temprano, mientras los Hermanos oían misa en la casa, ésta, de forma intempestiva, fue asaltada y llevados todos prisioneros a la Casa del Pueblo, convertida en cárcel provisional. Allí permanecieron cinco días incomunicados, en espera angustiosa.
El día 9 fueron conducidos al cementerio del pueblo y allí mismo cruelmente ejecutados. En conferencia dada el 4 de abril de 1990 en la Casa de la Iglesia de Santander, el Hermano Pedro Chico, de las Escuelas Cristianas afirmó: "Para mí, las dos figuras más emocionantes son los dos mártires de Cantabria".
El grupo de Mártires de Turón, con nuestros dos primeros santos cántabros entre ellos, fueron beatificados por el Papa Juan Pablo II el 29 de abril de 1991. Nueve años más tarde, el 21 de noviembre de 1999, en la solemnidad de Cristo, Rey del universo, el mismo Papa les canonizaba.
El 3 de diciembre de 1999, mismo año de la beatificación, se celebró una Eucaristía de acción de gracias en la Catedral de Santander, con la presencia de dos hermanos de los mártires, sobrinos y familiares y una ingente multitud de fieles. En su homilía, el obispo Vilaplana que presidía la ceremonia comenzó diciendo:
"Pocas veces se puede saludar a un hermano o a una hermana de un santo en una celebración. Yo... siento la satisfacción de saludar a María, hermana de san Román Martínez, y a Florencio, hermano de san Manuel Seco y como él Hermano de La Salle..."
Y un poco después manifestaba que "nos toca la gran suerte de poder invocar a unos santos tan cercanos a nosotros en el tiempo, en la tierra y en la experiencia. Quizás uno se estremece cuando piensa: alguien que era de Santander, en una casa que todavía existe, y en otra casa que se conserva en Celada Marlantes; y sus hermanos y familiares viven entre nosotros".