Martirio de Adoratrices Esclavas del Stmo. Sacramento y Caridad
- h1
- Manuela
Arriola Uranga
45 años - h2
- Francisca
Perez Labeaga
72 años - h3
- Lucía
González García
28 años - h4
- Sinforosa
Díaz Fernández
44 años - h5
- María
Zenona Aranzabal
58 años - h6
- Josefa
Boix Rieras
43 años - h7
- Emilia
Echevarría Fernández
55 años - h8
- Mª Presentación
García Ferreiro
40 años - h9
- Prima
de Ipiña Malzarraga
38 años - h10
- Rosa
López Brochier
60 años - h11
- Mª Dolores Hernández
de la Santísima
Trinidad - 25 años - h12
- Purificación
Martínez Vera
26 años - h13
- MªDolores
Monzón González
29 años - h14
- Luisa
Pérez Adriá
39 años - h15
- Belarmina
Pérez Martínez
37 años - h16
- Dionisia
Rodríguez de Anta
46 años - h17
- Aurea
Natalia Fernández
32 años - h18
- Teresa
Vives Missé
70 años
El 19 de julio de 1936 estalló la revolución que dio lugar a la “guerra civil española”. Los marxistas asaltaron armerías y así andaban armados hombres y mujeres. Los dos años que precedieron al levantamiento fueron de grandes calamidades públicas. Desde la Congregación de Adoratrices se organizó, dentro de sus posibilidades, la forma de remediar tantas necesidades en ropas, víveres y limosnas.
El día 28, el gobierno se incautó de la Casa General de la Congregación en Madrid, instalando en ella un Hospital de Sangre y obligando a las Hermanas a buscar refugio donde pudieran.
Se instalaron al principio en cuatro pisos, pero al ir llegando más religiosas de la Congregación expulsadas de otras ciudades, se alquiló un piso más grande en la calle Costanilla de los Ángeles, N° 15, de Madrid, donde se alojó al grupo de veintitrés Hermanas que luego sufrieron el martirio.
En Costanilla de los Ángeles, en aquel sencillo piso, mitad refugio, mitad “sagrario”, vivieron sus últimos días “los Angeles de Costanilla”. Y cuando a todas llegó la hora de partir, Hna. Ana, que, un poco fuera y un poco dentro, fue viviendo paso a paso los acontecimientos que las envolvieron, se quedó para contárnoslo, para introducirnos de puntillas en el corazón de las 23 hermanas, en sus últimos fecundos días.
Este es el hecho que, con pluma ágil y delicada, Hna. Pilar Solís en su libro recoge de Hna. Ana. Al trasmitírnoslo, es como si nos llevara de la mano a «visitar» y revivir aquella historia. Una historia sellada con la sangre de nuestras hermanas y que hoy es también historia de la congregación. Anímate a compartir esta aventura de amor...
La pobreza era tanta en ese piso que unas personas, compadecidas, les dieron mantas, pues apenas habían podido sacar poco del Convento que estaba bajo control comunista. Se procuraron algunos camastros con otros tantos malos colchones. Las sillas y mesas fueron sustituidas por cajones.
Las Hermanas iban pensando en la posibilidad del martirio y se animaban mutuamente. Una solía decir: “yo moriré gritando: “viva el Sagrado Corazón de Jesús” y la superiora, Hna. Manuela tenía palabras de confianza y valor: “Señor, confío que no nos darás más de lo que podamos sufrir”, “Ojalá fuéramos dignas del martirio”, “Esperamos con ansia la muerte por Dios”.
La Hermana Ana Duarte, que estaba alojada en otro piso, hacía de intermediaria entre esta comunidad y la Superiora General, que vivía escondida en una casa particular. Esta Hermana, entre otras cosas, les traía con frecuencia Hostias consagradas por lo cual pudieron comulgar diariamente y tener sus turnos de adoración al Santísimo, ocultando a Jesús Sacramentado en un hueco tapado con un cuadro de mármol de la chimenea. Una cajita de reloj servía de porta-viático.
Los registros en el piso eran frecuentes y se vivía en continuo sobresalto. El toque de sirena daba la señal para bajar al sótano. El día 8 de noviembre, al llegar Hermana Ana, la superiora le dijo con angustia: “Váyase enseguida y no vuelva, estamos vigiladísimas, nos han contado y dado orden de que no entre ni salga nadie del piso. Váyase para que haya una menos cuando nos maten”.
Llegó la tarde del 9 de noviembre, las sirenas lanzaron el toque de alarma y comenzó, en Madrid, un terrible bombardeo. Las Hermanas iban bajando al sótano cuando irrumpen un tropel de milicianos y milicianas gritando: “¿dónde están las monjas?”. La superiora, Hna. Manuela, les contesta: “Aquí estamos, ¿qué quieren de nosotras?”. Los milicianos, acusando a ese grupo de religiosas enfermas e indefensas, de haber disparado un tiro desde su piso y dado muerto a uno de ellos, las llevaron a todas detenidas.
Hermana Ana Duarte se personó en el piso el día siguiente, 10 de noviembre, sin saber lo que había ocurrido y lo encontró con candado y un cartel en señal de incautación. Comenzó a recorrer distintos lugares buscando a sus hermanas que creía encarceladas o detenidas en alguna checa, pero después de una semana de infructuosa búsqueda, por sugerencia de una persona, se dirigió a un edificio del Gobierno donde guardaban fotos de los fusilados. Allí, con horror, encontró las fotografías de las veintitrés hermanas que ella buscaba creyéndolas aún vivas. Vio, con angustia cómo estaban desfiguradas por los tiros que habían recibido, la mayoría en la cabeza. Ya no le cabía duda, sus hermanas gozaban de la presencia de Dios llevando en sus manos la palma del martirio.
Un testigo presencial le informa luego, que las hermanas, al descender del vehículo que las había transportado al lugar de la ejecución, se fueron acercando a una de ellas que llevaba en sus manos una cajita de reloj. Era la Eucaristía, el último encuentro de cada una con Jesús hasta el abrazo final. El 10 de noviembre de 1936 estas Adoratrices fueron fusiladas, junto a los muros del Cementerio en Madrid, sólo por ser mujeres consagradas a Cristo. Su espíritu libre y ligero ha encontrado ya su morada en la Casa del Padre de todos.
Fueron beatificadas conjuntamente con 498 mártires asesinados en la década de los 30 del siglo XX en España el 28 de octubre de 2007 por Benedicto XVI en celebración realizada en la basílica de San Pablo Extramuros.